miércoles, 11 de diciembre de 2013

Lagunas

 Yo la última vez que lo vi fue hace cuatro meses. Me lo encontré en la calle Olmos, iba caminando con chanclas y un short deslavado por tantas lavadas con cloro, una playera azul floja y descolorida, lo vi mal desde mi intuición porque estaba hundido en una melancolía muy rara. Lo noté perdido, desilusionado, quería ir a lanzar piedras a la laguna del charro pero le dije que no había forma de llevarlo. Entonces me habló del crecimiento que llevaba, de la falta de sentido en sus cosas, lo extraño de sentirse una azotea. Se fue solo. Llevaba una mochila y decía que tenía un libro de semiótica y un aparato que ya no usaba, se fue solo al parque y eran casi las once de la noche cuando me lo encontré afuera del departamento de su abuela, caminando solo, y pareció alegrarse de encontrarse a alguien, me dijo que fuéramos un rato que el también iba irse, le pregunté ¿a dónde? Y lo único que respondió fue: al libramiento.

  Muchas veces es más seguro estar encadenado que ser libre.